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  8 de Octubre de 2024

Publicado por daniel 19-3-2006

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TÚ Y TU MUNDO

Cuándo es válido un punto de vista

Continuación del artículo anterior : La Tolerancia


Alfonso López Quintás

ESPAÑA
1. En este momento nos sale al paso el difícil tema del perspectivismo. Se dice a menudo que cada persona ve la realidad desde su propia perspectiva y aporta siempre un punto de vista peculiar, que es tan válido como cualquier otro. ¿Es esto verdad? En un plano de la realidad sí, en otros no.
Empecemos por el plano físico. Si tú y yo contemplamos una sierra desde vertientes distintas, tomamos vistas diferentes de la misma. Ninguna puede considerarse como la única aceptable y válida. Si ambos tenemos buena vista, obtenemos escorzos de la sierra igualmente legítimos y fecundos en orden a un conocimiento completo de esa realidad. Cuando se trata de la contemplación de una realidad física, basta con disponer de los sentidos adecuados.

Pero, ascendamos a un modo de contemplación más complejo, por ejemplo el estético. Aquí, las condiciones que debemos cumplir son más sutiles. Necesitamos una preparación adecuada para que nuestra experiencia estética sea auténtica. Cuantos tenemos una agudeza normal de visión, podemos contemplar El entierro del Conde de Orgaz, la genial obra de El Greco. Las diferentes perspectivas que tengamos del mismo según nuestra posición espacial son todas justas. Pero la visión estética del cuadro sólo puede tenerla quien previamente haya cultivado su sensibilidad.

¿Por dónde has de empezar a contemplar el cuadro? ¿Qué función artística ejercen el amarillo sulfuroso del manto de San Pedro y el azul del manto de María? ¿A qué responde que el artista haya acumulado varias cabezas de caballeros castellanos por encima de la cabeza de San Agustín? Estas cuestiones pertenecen a la contemplación estética de la obra. El que no haya sido formado en Estética no sabe contestarlas, y ni siquiera tal vez formularlas. ¿Cabe decir que las formas de ver el cuadro que tienen las personas que gozan de vista normal son todas igualmente válidas? Evidentemente, no. Y nadie nos tachará de intolerantes por afirmarlo.

Napoleón fue un genio de la estrategia militar, pero en cuanto al arte musical parece haber sido una persona bastante elemental. Al afirmar, según se dice, que "la música es el menos intolerable de los ruidos", no emitió una opinión igualmente válida que la de un experto melómano. Es una opinión que no suscita sino una indulgente sonrisa, gesto con el cual se indica que no es algo digno de ser tomado en consideración.

Pero alguien me dirá que de gustos no hay nada escrito, nada regulado de modo universalmente válido. Es cierto, pero el gusto necesita ser cultivado. Si una persona formada estéticamente emite un juicio sobre una obra de arte o un paisaje, su opinión ha de ser tenida en cuenta aunque contradiga nuestro parecer personal. Cuando alguien carente de toda sensibilidad estética manifiesta su aversión hacia una obra de calidad, tenemos perfecto derecho a no prestarle oídos. Respetamos a la persona, pero evitamos consagrar tiempo a una confesión que no supone un juicio "respetable", en el sentido de bien fundamentado, fruto de una mente y una sensibilidad debidamente formadas.

Se nos va clarificando poco a poco la idea de que no todo vale, y, al decirlo, estamos seguros de no ser intolerantes. En los distintos aspectos de la vida humana hay que cumplir determinadas exigencias. Si no se cumplen, no se logran ciertos objetivos en cuanto a conocer, sentir, amar y crear. Para dialogar contigo, debo cumplir las exigencias de todo diálogo auténtico, que es bien distinto de dos monólogos alternantes. Si, al hablar conmigo, observas que me comporto de forma agresiva, impaciente, poco o nada acogedora, tienes derecho a indicarme que así no es posible el diálogo y debes renunciar a seguir conversando. No puedo acusarte, por ello, de intolerante, a no ser que desconozca la quinta esencia de la tolerancia.

2. De lo antedicho se desprende que el perspectivismo sólo es válido respecto a las realidades físicas, no respecto a las realidades que tienen un rango superior. Algo semejante ocurre con el relativismo y el subjetivismo. Hoy se dice con frecuencia:

"Esta es mi opinión, ésta es mi verdad, y usted quédese con la suya". Con ello se da por supuesto que la verdad es relativa a cada sujeto porque pende de él. ¿Es esto aceptable?
En todo acto de creatividad, de voluntad, de sentimiento y de conocimiento debe participar el sujeto. De acuerdo. Pero ¿sólo interviene el sujeto, es decir, el ser humano? De ningún modo.

En el plano físico, el sujeto es el que manda. Doy un golpe a un objeto y éste se desplaza. Yo actúo y él sufre el efecto de mi actuación. El esquema que vertebra este hecho es "acción-pasión".

En el plano estético, el ser humano, por bien dotado que esté, no puede ser creativo si no es en colaboración con otras realidades. Así, un intérprete musical necesita una partitura -que le revela una obra- y un instrumento -que le ofrece posibilidades de crear sonidos-. Toda actividad creativa, del orden que sea, la realiza el hombre -ser finito y menesteroso- en relación con otros seres, capaces de ofrecerle posibilidades de acción. A solas no puedo ser creativo, aunque fuera la persona más dotada del universo. Debo contar con realidades distintas y, en principio, externas, extrañas, ajenas. Al entrar en relación colaboradora con ellas, dejan de ser distantes, ajenas y extrañas para tornárseme íntimas, sin dejar de ser distintas. Con ello se instaura un campo de juego entre nosotros, y surge el sentido y la belleza. Yo conozco, por ejemplo, lo que eres tú a medida que nos vamos encontrando de veras, y lo mismo tú respecto a mí. La belleza del Partenón se alumbra cuando una persona sensible a los valores artísticos entrevera su ámbito de vida con el de esa realidad marmórea que se alza en el centro de la Acrópolis ateniense. La belleza no se halla ni en la obra ni en el sujeto. Surge dinámicamente entre ambos cuando se da una donación mutua de posibilidades. La belleza debe ser considerada, por tanto, como un fenómeno relacional, no relativista. El miedo al temido relativismo frenó durante siglos la investigación del carácter relacional de la vida humana en sus diferentes manifestaciones.

3. El que es incapaz de vivir el arte de esa forma relacional no entra en el campo de juego donde se alumbra la belleza. Decirlo no es ser intolerante; es constatar un hecho, que responde a una ley del desarrollo humano: la ley de la dualidad. Toda forma de creatividad humana es siempre relacional; requiere dos o más realidades que entren en colaboración. Yo tengo ciertas potencias: vista, oído, reflejos, imaginación, capacidad de manejar utensilios... Sólo con estas potencias no puedo ser creativo. Necesito que el entorno me ofrezca posibilidades adaptables a mis potencias. Si me siento ante los mandos de un avión y alguien me dice que empiece a maniobrar, siento pavor; no entiendo la invitación como algo positivo sino tremendamente peligroso, porque las inmensas posibilidades que me ofrecen los mil y un botones y palancas que están ante mí no soy capaz de asumirlas. No puedo entreverar mis potencias con las posibilidades que me ofrece el avión. Estas no se convierten para mí en posibilidades reales de pilotar. Si quiero ponerlas en juego, sin conocer las reglas de manejo de los instrumentos, puedo convertirlas en posibilidades de destrucción. Me siento desvalido, incapaz, y reconocerlo no es ser intolerante conmigo mismo. Es ser realista.

La creatividad siempre es abierta, relacional, dialógica. No lo olvidemos, porque esta ley de la naturaleza nos da una clave para entender a fondo, lúcidamente, lo que es e implica la verdadera tolerancia.
La verdadera tolerancia se da a través de experiencias reversibles.
La verdadera tolerancia no es mera permisividad, dictada por el afán de garantizar una mínima convivencia; no implica indiferencia ante la verdad y los valores; no supone aceptar que cada uno tiene su verdad y su forma propia de pensar por el hecho de pertenecer a una generación o a otra; no se reduce a afirmar que se respetan las opiniones ajenas, aunque no se les preste la menor atención. El que se proclama respetuoso con otra persona pero no le presta la atención necesaria para descubrir la parte de verdad que pueda tener no es tolerante; es indiferente, lo que supone una actitud bien distinta. Con frecuencia, en ciertas reuniones se concede el turno a cada asistente, pero pronto se advierte que todo está decidido previamente por el número de votos. Eso no es tolerancia; es un ataque a la razón; constituye una forma de violencia, no de mutuo entendimiento. Por tolerancia se entiende respetar al otro, pero no en sentido de indiferencia sino de estima. Yo te estimo como un ser capaz de tomar iniciativas, aportarme algo valioso, buscar conmigo la verdad.

Hemos llegado a la cuestión nuclear. Para ser tolerantes debemos partir de una convicción decisiva: El ser humano, por ser finito, puede encontrar toda la verdad, pero no la verdad toda. De modo semejante a como puedo encontrar en la calle a todo Juan, no a Juan todo, con la diversidad de vertientes que implica. Cuando Juan me sale al encuentro, no son sólo sus manos o sus ojos los que me saludan. Es toda su persona, pero no su persona en su trama entera de implicaciones. Por eso necesito más de un encuentro para ir conociendo los diversos aspectos de su personalidad. De modo semejante, a la verdad no llegamos de repente ni a solas. Necesitamos ir tomando diversos contactos con cada realidad, en distintos momentos y lugares.

Estos contactos podemos realizarlos personalmente, o bien a través de la experiencia de los demás. La capacidad de la inteligencia humana es portentosa, sobrecogedora, pero limitada. Por eso los seres humanos necesitamos complementar nuestros esfuerzos y nuestras perspectivas. Y tanto más cuanto mayor sea la riqueza y la complejidad de la realidad que deseamos conocer.

Si me convenzo de esto, seré de verdad tolerante; no sólo aguantaré a quien defienda una posición distinta de la mía, sino que agradeceré que converse conmigo y pondré empeño en descubrir lo que pueda ofrecerme de valioso. Con ello, la discusión no degenerará nunca en disputa.

Discutir era para los romanos mover el cedazo para separar el trigo de la paja. Disputar no es buscar la verdad sino el propio enaltecimiento; no es intentar convencer sino vencer. En la auténtica discusión se concede al coloquiante un espacio de libertad en el que pueda moverse con holgura y mostrar la posible razón que le asiste. En la disputa, no se atiende a lo que las otras opiniones puedan tener de válido. Se defiende la propia como cuestión de honor, con una fiereza que no es tenacidad sino terquedad. Por eso degenera rápidamente en fanatismo. Si quiero ser fiel a una doctrina o conducta y defenderla con un ardor que merezca la valiosa calificación de entusiasmo, debo estar dispuesto a asumir lo que otras posiciones puedan encerrar de relevante para la vida de todos. Esta actitud de apertura sólo es posible si evito caer en el vértigo de la ambición de dominar.

Para ser tolerantes, es decisivo comprender que el dominio y la posesión sólo se dan en el plano de los objetos y los procesos fabriles, no en el plano de las realidades superobjetivas, que suelo denominar ámbitos: obras de arte, personas, instituciones, valores... En este plano, las experiencias no son de tipo "lineal"; son "reversibles". Toda experiencia reversible es de por sí tolerante. El intérprete configura la obra en cuanto se deja configurar por ella. No domina la obra, ni es dominado por ella. La configura, y es configurado por ella a la vez.

El verdadero coloquiante no intenta dominar a su interlocutor; quiere perfeccionar su propia mente y su actitud ante la vida dando y recibiendo, exponiendo sus puntos de vista y acogiendo atentamente otras perspectivas distintas. En las experiencias reversibles nadie quiere dominar, porque la acción de dominar es muy pobre en cuanto a creatividad. Todos desean, más bien, configurar y ser configurados. Por eso buscan tener autoridad [1] , no simple mando. Esta es la actitud tolerante por excelencia.

La cuestión decisiva será, en consecuencia, descubrir cómo podemos convertir nuestra existencia en una trama de experiencias reversibles. Para lograr esta meta, se requiere seguir todo un proceso formativo en cinco fases, que esbozaré seguidamente [2] .

Articulación interna del proceso de formación

1. Según la Filosofía actual, el hombre es un "ser-en-el-mundo"; necesita, para ser creativo y desarrollarse, las posibilidades que le ofrece el entorno. El que acepta la realidad como un gran "campo de posibilidades" en el que ha de crecer como persona se esfuerza por conceder a cada realidad todo su rango. Distingue, por ello, cuidadosamente los "objetos" y los "ámbitos". Objeto es una realidad mensurable, situable, ponderable, delimitable, asible... Un ámbito es una realidad que abarca cierto campo en diversos aspectos, porque es capaz de ofrecer posibilidades y recibir otras.

Una persona no se reduce a lo que abarca su cuerpo. Es un centro de iniciativa; tiene deseos, ideas, sentimientos, proyectos; crea vínculos de todo orden; asume su destino; presenta una vertiente objetiva, por ser corpórea, pero supera toda delimitación; abarca cierto campo en diversos aspectos: el biológico, el estético, el ético, el profesional, el religioso... Es todo un "ámbito de vida".

Lo mismo cabe decir, por ejemplo, de un piano. Como mueble, es un objeto. Como instrumento, es un ámbito: ofrece al pianista diversas posibilidades de sonar, y recibe las posibilidades de crear formas musicales que le ofrece el pianista. Un barco, una pluma, una casa, un campo de deportes, una sala de clase..., multitud de realidades presentan un carácter de ámbito más allá de su aspecto de objetos.

Esta distinción de objetos y ámbitos es decisiva para la comprensión a fondo de la vida humana y para la educación en la tolerancia, porque los ámbitos hacen posible realizar experiencias reversibles, entre las que descuellan las experiencias de encuentro [3] .

2. Las experiencias reversibles encierran suma importancia en la vida humana porque implican siempre alguna dosis de creatividad. El poeta troquela el lenguaje, y el lenguaje nutre al poeta. El intérprete configura la obra musical, y ésta modela la actividad del intérprete... El hombre madura como persona a medida que realiza más experiencias reversibles y menos experiencias lineales, que van del sujeto al objeto y suponen una imposición del primero a la realidad circundante.

Al estudiar a fondo las experiencias reversibles, se advierte la posibilidad de convertir lo distinto-distante en distinto-íntimo, y resolver el problema de conjugar la libertad y las normas, la autonomía y la heteronomía. Aprendo de memoria una canción, la repito una y otra vez, fraseándola de modo diferente y cambiando el ritmo, hasta que la siento como una voz interior. En este momento, la canción sigue siendo distinta de mí, pero ya no es distante, ni externa, ni extraña. Constituye un impulso íntimo que me sirve de norma de acción y de cauce a mi libertad interpretativa.

Si nos hacemos íntimamente cargo de la importancia que tienen en nuestra vida las experiencias reversibles, descubrimos la inagotable fecundidad de la forma relacional de pensar. La belleza de una canción o un poema no reside en el poema mismo (lo que sería una interpretación "objetivista"), ni en el sujeto que los interpreta (interpretación "subjetivista" o "relativista"); brota en el acto de ser interpretados; es fruto, por tanto, de la interacción fecundante de objeto y sujeto, vistos ambos como fuentes de posibilidades.

El pensamiento relacional no fija la atención ni en el objeto ni en el sujeto; mantiene la mirada en suspensión para verlos a ambos en la relación que los une y enriquece mutuamente.

Esta atención comprehensiva es capaz de ver como perfectamente lógicas ciertas características de nuestra vinculación a los demás que a menudo son consideradas como "paradójicas". Léase con atención el texto siguiente, escrito por un eminente psicólogo. Tras destacar tres pares de conceptos "paradójicos" (fuerza-debilidad, identidad-diferencias, singularidad-universalidad), escribe:

"Te reconozco, acepto y respeto como un tú personal y por eso me siento ´fuerte´ para tolerarte, aun a riesgo de aparecer ´débil´, en ocasiones, ante los demás o ante ti; pero, a la vez, yo no puedo renunciar a que tú me reconozcas, me aceptes y me respetes como persona y me toleres-soportes igualmente. Y si yo te acepto en tus diferencias y singularidades, es porque me sitúo en un espacio de identidad humana y de valores universales, que las asumen-trascienden a la vez; pero entonces, aun en el caso de que tu intolerancia no lo reconociese, mi actitud tolerante es capaz de estar en permanente apertura en ese punto de encuentro humano, arquetípicamente ´inmanente´ y que ´nos trasciende´ a ambos" [4] .

3. El fruto de las experiencias reversibles es el encuentro, acontecimiento que está en la base de todo proceso humano de desarrollo. El encuentro no viene dado por la mera vecindad física; supone un entreveramiento de dos realidades que no son meros objetos sino ámbitos. Entreverarse significa ofrecerse mutuamente posibilidades de acción, y enriquecerse.

Para realizar un auténtico encuentro deben cumplirse diversas condiciones: adoptar una actitud de generosidad, respeto y estima; abrirse al otro con actitud de disponibilidad, vibrar con él, es decir, mostrar auténtica simpatía; ser veraz, sincero, fiel, paciente, tenaz...; compartir ideales elevados... Estas y otras condiciones del encuentro son las condiciones de la creatividad. Toda forma humana de creatividad se da a través de algún tipo de encuentro.

Las condiciones de la creatividad y el encuentro se denominan virtudes. Las virtudes son modos de comportarse el ser humano que hacen posible y fácil crear encuentros, es decir, formas valiosas de unidad.

4. Este proceso que conduce al encuentro es denominado de antiguo "éxtasis", ascenso a lo mejor de sí mismo.
El acontecimiento del encuentro es anulado por la entrega al "vértigo", proceso de fascinación que no exige nada al hombre, le promete todo y acaba quitándoselo todo. El vértigo de la ambición de poder y dominio parece garantizar una posición de supremacía y acaba asfixiando a quien se entrega a su embrujo [5] .
5. El que siga el proceso que lleva al encuentro va descubriendo por sí mismo la riqueza que encierran para su vida las distintas formas de unidad. Este descubrimiento le hace ver con toda sencillez, sin el pathos moralizador que fustigaba Freud, la fecundidad que presenta una conducta ética recta, ajustada a las exigencias de la realidad.

Tal fecundidad es debida a los valores. Los valores son posibilidades de actuar con pleno sentido. Los valores auténticos no arrastran, atraen. No procede, por ello, imponer la realización de valores, y tanto más cuanto más altos son. Con razón afirmó Tertuliano que "no es propio de la religión obligar a la religión".
Continuará la próxima semana..............

FUENTE: T1msn/Familia/articulos
http://www.guiainfantil.com/educacion/familia/lenguaje.htm



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